miércoles, 15 de octubre de 2008

MISERICORDIA Y JUSTICIA


Dr. Rodrigo Antonio Ordaz Verde

“Buscad primero el Reino de Dios y Su justicia
y lo demás se os dará por añadidura” Mt, 6,33

Cuando hablamos de la Misericordia de Dios como el atributo divino que más favorece al ser humano, porque gracias a ella el Señor perdona nuestros errores, infidelidades y pecados, debemos también mencionar Su Justicia. La Justicia divina es tan infinita como Su Misericordia y tiene su origen en el misterio mismo de la Creación y la relación del Creador con el hombre y con el mundo.
Desde el punto de vista teológico-moral la justicia es una virtud que nos inclina a dar a cada quien lo que merece por sus méritos o fracasos. El ser humano, herido por el pecado original, asediado por el demonio que conmina a la rebelión contra Dios; viviendo en el mundo que nos bombardea por todos los flancos para que busquemos el placer personal por encima del verdadero amor, sacrificio y donación de sí; humillado por su propia carne que intenta a diario debilitar su búsqueda del Reino de Dios; está expuesto a cometer imprudencias e injusticias contra el mismo Dios de quien proviene todo lo que se nos ha dado. Si recordamos la sentencia bíblica que sólo Dios es santo, tendríamos razones para vivir muy preocupados por el veredicto final sobre nuestro paso terreno.
El mismo Jesús insta a Santa Faustina Kowalska, Apóstol de la Misericordia, a recordar al mundo entero Su Amor y Su fidelidad a la alianza sellada con Su Sangre. En el Diario de la Santa se recoge: “Recuerda al mundo sobre Mi Misericordia … Aún estamos en tiempo de la Misericordia …Antes de venir como el Juez Justo vengo como el Rey de Misericordia” (Diario, 83). De este modo, la misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina, pero también se revela en multitud de casos como más poderosa, más profunda que ésta. En la Encíclica “Rico en Misericordia” del Siervo de Dios Juan Pablo II, el santo puntualiza: “El Amor es más grande que la justicia, es superior en el sentido que es primario y fundamental. El amor, por así decirlo, condiciona a la justicia y en definitiva la justicia es servidora de la caridad” n.4.
Jesús nos dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados” Mt. 5,6. Esta promesa divina debe estar directamente relacionada con nuestra búsqueda permanente del Reino de Dios, que no es otra cosa que luchar día a día por la santidad personal con la certeza que, a pesar del dolor de cada caída, Cristo Buen Samaritano nos ayudará a recomenzar gracias a la inmensa bondad de Su Misericordia. Mas adelante, en el mismo Evangelio nos recuerda: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos” Mt. 5,10 Mediante esta bienaventuranza Jesús nos indica el camino a seguir: crecer en justicia una de las virtudes cardinales donde se apoya nuestra relación con Dios y con el resto de la humanidad. Hemos de movernos siempre por amor de Dios que torna más fácil el querer al prójimo, purificando y elevando los amores terrenos. Esa caridad debe derramarse sobre el resto de la Creación y sobreabundar en justicia con la finura de dar a cada quien lo suyo, que no es igual que dar a todos lo mismo. Por eso, el hecho de realizar obras de misericordia, que definitivamente tiene mucho que ver con la justicia, debe estar impregnado del amor, para no caer en la mera beneficencia o el igualitarismo utópico los cuales son fuentes de las más grandes injusticias. El mejor camino para ser justo es el de una vida de entrega y de servicio, sometiendo la propia voluntad al modelo divino y luchando por la felicidad eterna y el bienestar de los demás.

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