domingo, 8 de junio de 2014

QUE FACIL ES DECIR YO CREO EN DIOS

QUE FÁCIL ES DECIRLO
         Todos los días, en cualquier parte o ambiente donde te encuentres, sea tu casa, la calle o en el trabajo, son muchas las conversaciones que estableces o en la que participas, donde además del plato del día, la política, la inseguridad, el alto costo de la vida, la escases y las colas de esta Administración, oímos o hablamos sobre el Ser Superior, el Dios creador, el Hijo Redentor y el  Espíritu Santo Santificador, quien todo lo puede y todo lo resuelve de acuerdo a su voluntad. Los creyentes, los cristianos católicos, otras denominaciones de cristianos, los no creyentes y aún los ateos, se preguntan si Dios puede o no resolver la situación, y para esto es necesario CREER en EL, lo que soslayan todos, es que creer a la manera de cada quien, no es suficiente, y por eso es muy fácil decir YO CREO y aun decir yo espero y tengo confianza porque su amor y misericordia son grandes; lo difícil es aceptar las condiciones que el mismo Cristo y su Iglesia exigen desde siempre. Ese creer, esperar y confiar en Dios está condicionado al amor que le tengamos y especialmente a cumplir con los mandamientos escritos en su ley y revelados al hombre en su Palabra de ayer, de hoy y de siempre escrita en los evangelios, predicada en el mundo y defendida por el magisterio y la jerarquía de la Iglesia.
            Decir CREO en Dios y no guardar sus mandatos es una incoherencia condenada por su ley y preceptos, que descalifica a quien así actúa. Desgraciadamente son muchos los que pueden estar envueltos en tales posiciones; todos los que buscan en las misas diarias de difuntos gracias para la salvación del alma de sus deudos y de una gran mayoría de católicos que cumplen con la Misa Dominical y parecen almas piadosas y cumplidoras en el templo y concluido el culto vuelven al mundo para regodearse con Satán e ignorar la ley.
            Que se podría hacer para que los cristianos auténticos según lo manda Cristo y no cristianos a la manera de cada quien. Empezamos en oración a pedir tal favor al Espíritu Santo, exigiendo mayor dedicación y responsabilidad a la jerarquía de la Iglesia en cuanto a Evangelización; Donde están los sacerdotes que dirigen la Diócesis y las parroquias, que hacen los diversos movimientos de apostolado para trabajar con tesón y producir los cambios necesarios del fiel cristiano. Como anda la catequesis y la organización de las parroquias; que están haciendo los Consejos Pastorales fundados o refundados bajo el ministerio de nuestro actual Obispo, porque no se reúnen y toman acciones de apostolado. Una buena parroquia que organiza y dirige bien sus actividades pudiera mantener sus templos mucho más tiempo abiertos, sin excusas por la inseguridad que tengan para permanecer cerrados; con tantos y tantos cristianos de misa dominical y de misa diaria y comunión frecuente, pueden si así lo deciden conformar comisiones de oración, vigilancia del templo y de la unidad de la Iglesia, que se acerquen cada vez más a la comunidad, y convertir la parroquia como lo pide el Papa Francisco, en dejar de ser solo administradores de sacramentos, para volcarse a las periferias en la conquista de hombres y mujeres para la nueva evangelización. Es todo esto una utopía de mi parte, o una realidad posible y alcanzable.           JUNIO 2014.
                                                                                                                     .
           


PENTECOSTES: Paz a vosotros

“Palabra de Vida”                                     Franciscanos de María


PENTECOSTES: Paz a vosotros.


(Jn 20,20): “En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: ¡Paz a vosotros’. Y diciendo esto les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría”  

 El Espíritu Santo es un don del Señor resucitado. Un don extraordinario que va acompañado de otros dones. Uno de ellos es el de la paz. Otro es el de la alegría. Sin embargo, ni la paz ni la alegría que acompañan al Espíritu, tienen que ver con las que a menudo buscan los hombres. Para muchos, la paz es fruto de la guerra y la alegría va unida al dinero y al gasto. Para los cristianos, la paz nace del amor y de la justicia, mientras que la alegría va unida a la generosidad. La paz nace también de otra cosa: la reconciliación, el perdón. Un perdón que se recibe –del ofendido, de Dios en la confesión- y que se da; un perdón que nos abre las puertas de la santidad.

  Estas son, pues, las cuatro claves de Pentecostés: paz, alegría, perdón, santidad. Debemos pedirle al Espíritu Santo que nos regale esos dones y debemos trabajar para que, una vez otorgados, echen raíces en nosotros y fructifiquen abundantemente. ¿Qué puedo hacer yo por la paz? ¿Tengo esa alegría que poseen los que aman? ¿He perdonado o he pedido perdón? ¿Busco la santidad?. Son las cuatro preguntas que debemos responder esta semana.

Propósito: Trabajar por la paz haciendo el bien, evitando o quitando tensiones, perdonando y pidiendo perdón, ayudando a quien lo necesita. Y confesarse.  


     

LA ASCENSION DEL SEÑOR: LA MAYORIA DE EDAD

“Palabra de Vida”                                     Franciscanos de María
     
          LA ACSENSION DEL SEÑOR: La mayoría de edad.
(Mt 28,19):  “Id y haced discípulos de todos los pueblos... enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” 
 La Ascensión del Señor al cielo supuso, sin duda, un enorme pesar para los apóstoles. Cierto que el dolor de la separación quedaba mitigado por las "presencias" de Cristo en la tierra -la Eucaristía, la Palabra, los Apóstoles, el prójimo necesitado, su presencia en medio de los discípulos-, así como por la asistencia maternal de la Virgen y por la esperanza en volverse a encontrar con él en la vida eterna.
 Pero, además del dolor, la ausencia de Cristo representaba un vacío que ahora eran ellos, los apóstoles, los discípulos, los que habían de llenar. Es como cuando muere una de esas grandes personalidades que lo han sido todo en la vida de muchos, en la empresa o en la familia; da la impresión de que, con su partida, todo se vendrá abajo, pues parece inimaginable que se pueda llenar el hueco que ha dejado tan importante personaje. Si los que le rodean piensan así, inevitablemente se producirá la crisis y la ruina. Si, en cambio, conscientes de su pequeñez pero sin acobardarse por ella, intentan imitar al gran personaje, quizá no logren las cotas que él alcanzó, pero todo irá adelante. Además, esta lucha les hará crecer, lo mismo que crecen los árboles pequeños cuando el gran árbol que les daba sombra desaparece.
 Cristo está en el cielo y nosotros en la tierra. Debemos luchar por Él y por su Reino. Con la ayuda del Espíritu Santo, de la Virgen, de los santos. Con el alimento de la Eucaristía. Es la hora de nuestra mayoría de edad. Es la hora de demostrarle al Señor que puede contar con nosotros, que hemos asimilado sus enseñanzas, que -con la ayuda de su gracia, sin la cual no podemos hacer nada- estamos dispuestos a llevar a cabo la tarea evangelizadora que nos confió.
PROPÓSITO: Cuando no sepas qué hacer ante un problema, pregúntate qué haría Cristo, cómo lo habría resuelto Cristo. Luego pídele ayuda a Él y ponte a hacerlo.